
"Todavía no me puedo creer lo que ha pasado", dice Jorge Ortiz, sorprendido. "Pero ya he visto que los jueces nunca van a reconocer que se han equivocado". Quiere escribir un libro para contar su historia procesal y penitenciaria, que, como el Joseph K de Kafka, no comprende. El jueves pasado salió de la cárcel. Le han concedido el tercer grado, pero ha pasado tres años preso por dos atracos a punta de navaja y todavía le quedan cuatro de condena. La única prueba en su contra fue que dos víctimas le habían señalado como culpable en una fase inicial de la investigación: una se retractó antes del juicio e identificó al verdadero culpable ante la policía, pero los juzgados se equivocaron y mandaron la diligencia a un procedimiento que no era el de Jorge; la otra también dijo que creía que no era él.
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